Nuestro segundo día en Yucatán fue sumamente provechoso. Rosalba nos llevó junto a su familia al pueblito de Cuzamá para visitar tres hermosos cenotes que se encuentran a un costado de la población. Antes de emprender el recorrido, Rosalba nos preparó unas deliciosas tortas de cochinita píbil que me dejaron totalmente empachado ¡me comí cinco!.
Tomamos un bicitaxi y llegamos a la entrada del sitio que, con una cooperativa bien instalada habían monopolizado el trayecto hacía los cenotes, hacían creer que la única manera de llegar a ellos, era a través de un trenecito jalado por un caballo ¡Bah!. El negocio era redondo y escuché con atención como dos jóvenes comenzaban a quejarse de la situación. Uno de ellos, "el Moi", discutía tenazmente con el encargado de los carritos, argumentando que la primera vez que fue al sitio nadie le había cobrado nada y, desde su punto de vista, nadie podía obligarlo a pagar por aquel servicio. Yo escuchaba dubitativo y reflexivo la dispusta que había desatado "el Moi", y de repente, en un arranque impulsivo le dije a Mickey que nos fueramos caminando junto a ellos. Así fue, le avisé a nuestros acompañantes sobre nuestra determinación y comenzamos nuestra "gran marcha", que sin saberlo, abarcaría casi 20km.
Llegamos al primer cenote empapados en sudor, aquel primer baño fue glorioso. Nadamos en la exquisita agua dulce y transparente del bello y endémico capricho natural. Abundaban los murciélagos, también habían escasos peces, y era notable que len ciertas zonas el agua alzanzaba gran profundidad. Estuvimos nadando en la leguna subterránea cuarenta minutos, después, continuamos airosos nuestro camino.
El segundo cenote fue aún más hermoso. Parecía una gran cueva que se podía avizorar desde la superficie. "El Moi" tenía la clara idea de lanzarse desde el punto más alto, y después de mucho titubear consiguió vencer el miedo. Al verlo, renació en mi el ímpetu por sentir aquel vértigo, así fue que subí al pináculo de los suicidas, observé aquellos 12 metros de distancia y sentí aquel efecto pavoroso que avizora todo diminuto desde la lejanía. No me importó, la suerte estaba echada, y sin dar tiempo a más cuestionamiento me arrojé mientras gritaba con estridencia ¡Ah!. Al caer, sentí cierto dolor en la espalda; sin embargo, la satisfacción de haber cumplido con el cometido minimizó animicamente el golpazo.
Llegamos al primer cenote empapados en sudor, aquel primer baño fue glorioso. Nadamos en la exquisita agua dulce y transparente del bello y endémico capricho natural. Abundaban los murciélagos, también habían escasos peces, y era notable que len ciertas zonas el agua alzanzaba gran profundidad. Estuvimos nadando en la leguna subterránea cuarenta minutos, después, continuamos airosos nuestro camino.
El tercer cenote fue mágico, la entrada parecía la puerta a un mundo de penumbras, pero poco a poco, mientras la pupila se acostumbraba a la tenue luz, el asombro fue incrementando. El agua era totalmente cristalina, era posible ver peces nadando a gran profundidad, y la poca luz que alcanzaba a filtrarse, daba al recinto natural un halo de misticismo nunca antes visto. Contamos con suerte, al momento de llegar, todos los demás visitantes desalojaron el misterioso sitio, dejando en nuestras libaciones la posibilidad de sentir el silencio absoluto y nadar relajados en su dulce agua.
Infelizmente nuestra osada "gran marcha" tuvo una consecuencia negativa: perdimos definitivamente a nuestro grupo original, entre ellos a Murz.
Murz me avisó por teléfono que estaban a punto de tomar un camión en dirección a Mérida; y nosotros desafortunadamente nos encontrabamos aún muy distantes, por más que corrimos no pudimos alcanzarlos. Mickey y yo habíamos sido "abandonados".
Caminamos por la carretera e inmediatamente pedí un aventón. Una troca repleta de hombres con sombrero se detuvo y nos encaminó nuevamente a Cuzamá. Ya en el transporte les pregunté cual era su dirección final, ellos me dijeron que iban rumbo a "la gran feria de Homún". Intercambié una mirada con Mickey, y con una sonrisa sardónica tácitamente entendimos el lugar que deparaba el destino en esa tarde. Ya no iríamos a Cuzamá, ahora el clamor de la feria nos aguardaba.
Arribé con Mickey a una feria de pueblo, pero déjenme escribirlo com mayúsculas DE PUEBLO. Había borrachos fundidos en su vicio, prosesiones religiosas, variedad de comida exótica, pero lo más representativo era una arena rudimentaria hecha con caña de azúcar, en la cual se llevaría a cabo una de las más rupestres herencias españolas: el hostigamiento y matanza de toros, ah, perdón, quiero decir, "la tauromaquia."
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