No obstante, de entre todos aquellas reflexiones que sacuden mi conciencia siempre hay una que prevalece, que en ocasiones se encuentra disminuida pero es capaz de resurgir con mayor fuerza y gran anhelo de acción, saben de que hablo: mi vocación ambiental.
Hace sólo tres meses me encontraba en Dublín con la idea de realizar una estancia de ocho meses en la bella Isla Esmeralda. Mi objetivo principal, por así decirlo, era encontrar un espacio de introspección, de lejanía, que me hiciera repensar la vida y forjar un estrategia viable para consolidar un proyecto con potencial de materialización, sin embargo las dudas surgieron de manera natural.
La calidad de vida en Irlanda es una de las más altas de Europa y su historia resulta asombrosa, ya que de ser uno de los países más pobres del viejo continente, en un periodo de 20 años se transformó en una de las economías más desarrolladas del orbe. La gente en general es amable, la ciudad sumamente cosmopolita y la remuneración a cualquier trabajo es gigantesca en comparación a nuestro México. ¿Por qué pensé en Irlanda? Quizá sería una pregunta que debí de haber hecho con mayor detenimiento antes de tomar determinaciones, y la respuesta puede manifestarse en dos sentidos:
1. Mi hermano tenía ya 5 meses viviendo en Dublín y en aquel tiempo obtuvo un trabajo estable, decenas de amistades, delirantes anécdotas y sobretodo gran madurez e independencia. Al idealizar la vida de mi hermano, con un bello trabajo y una vida halagüeña, tenía una referencia directa y cierta de aquello que podría encontrar, por lo tanto me daba cierta seguridad recorrer un camino ya trabajado.
2. La ventaja de la lengua inglesa. Siempre he sido torpe con el inglés y viviendo en aquel país por consecuencia lógica adoptaría rápidamente una inusual fluidez, muy útil desde cualquier punto de vista.
Salí de la Ciudad de México el 18 de diciembre del 2008, llegué a la capital irlandesa un día después para permanecer ahí durante 18 días, un lapso que me arrojó a innumerables introspecciones y consideraciones objetivas que permitieran elegir el mejor camino ante suspicacias tan ambivalentes. Mis días en Irlanda por lo general fueron muy enriquecedores y bellos, caminando por las calles, conociendo con mayor profundidad a mi hermano y descubriendo la realidad que vivió durante sus primeros días en aquel país; también me visitaron varios amigos, ya sea por coincidencia o por acuerdo. Encontré a una estimada colega francesa que conocí en la Ciudad de México y algún día visité en Grenoble junto a su familia y su novio, me refiero a la simpática Charlotte Giovansili; después arribó Marianini (la novia de mi hermano) y Gabriel (el hermano de Marianini) mejor conocido como “Chiquilín” de manera irónica ya que mide casi dos metros; posteriormente un buen amigo de mi Facultad que vivía en Sevilla, el famoso Carlos Malacop
a; poco después hizo su presencia mi entrañable amigo Jordy acompañado de otra amiga española; y para finalizar invité a pasar el año nuevo con nosotros a tres amigas belgas que fueron excelentes anfitrionas en aquel inolvidable verano del 2007 en Bruselas.Prácticamente Irlanda se transformó en un mundo alterno que tenía poco que ver con la atmósfera local, era una invasión belga-mexicana que disfrutó de bares célticos, cerveza Guiness y estofados, pero que estuvo alejada de una verdadera compañía de lugareños. Mi deseado viaje de introspección y reflexión había mutado en fiestas interminables e infinita alegría. Viví momentos de éxtasis saltando con mis amigos a las orillas de Liffey river, cantando “cielito lindo” y “Aisha”, danzando Certe Notti (mi canción predilecta) con una italiana a las 4:00am, viajando en caravana a Belfast y platicando de comics y lucha libre con Malacopa, en fin, un viaje hartamente placentero e irrepetible.
Al terminar la gran fiesta de año nuevo,
Platiqué con mis padres, conversé con amigos y tomé la determinación de volver. Después de Portugal visité España y Marruecos con mi hermano y Malacopa, y el día 11 de febrero tomé un avión desde Dublín para regresar formalmente a la Facultad de Derecho el día 12.
Desde que regresé encontré una particular revitalización de los anhelos ambientalistas que siempre pregoné, pienso en nuevos proyectos y me apasiona conocer los múltiples campos de acción que existen ante la mayor crisis que afronta el planeta. En
ocasiones, al comprender el grado de destrucción alcanzado se presiente un desalentador sentimiento de impotencia, pareciera inminente el caos, sin embargo no me cabe la menor duda que veo en ello la lucha más loable y digna de nuestra generación y seguramente de aquellas que quizá lleguen a subsistir en el futuro.
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