martes, 24 de marzo de 2009

Excelente fin de semana.

¿Planear o improvisar?... esa es la cuestión. Quizá lo más sensato sería buscar el término medio, no obstante este fin de semana me volqué de una manera total hacia la segunda opción, y fue, sinceramente, alucinante. Lo único que me pesa un poquito es haber dejado de cumplir con cierta rutina que considero necesaria para concretar proyectos, pero ya ven, siempre existe el incurable defecto mexicano que todo lo justifica: -bueno, lo dejo pa' mañana…-. Y así, un día tras otro se nos escurre la vida. Desde luego no pretendo hacer de este escrito un ensayo filosófico sobre los dilemas existenciales, ni mucho menos hacer una apología de la vida a la deriva, sino simplemente narrar sencillamente los hechos bellos que hicieron de estos tres días una secuencia agradable.

El viernes 20 de marzo fue el cumpleaños de mi ahora sexagenario padre. Mi madre, siempre la más detallista de la casa me exhortó a llegar temprano de la Universidad para "salir a comer en familia". Regresé a casa con mucha hambre, que, como diría alguna vez un amigo venezolano, sólo me faltaba echarle un poco de sal a mi mano para saciarme; el estomago me rugía, ya no aguantaba más. Para mi sorpresa mis padres ni siquiera se habían bañado, entonces tuve que recurrir desesperadamente a dos manzanas para distraer un poco aquel apetito voraz. Mi padre tenía por derecho la potestad de decisión, sin embargo, como es costumbre, delegó su prerrogativa a la mamma (que espanto, ya comienzo a escribir como abogado). Doña Carmen decidió ir a un restaurante argentino cerca de la casa, y como saben, la gastronomía de los gauchos nunca ha sido muy variada, entonces recurrimos a su único platillo: un trozo de carne. Olvidé mencionar que fui el único de los tres hermanos que estuvo presente en aquella tarde; mi hermano Sebastián se encontraba en Italia en sus enormes vacaciones y la niña se fue con sus amiguitos a Cocoyoc.

Henos ahí, a los tres, comiendo bastante y tomando mucho vino; hubo un momento en que mi mamá y yo estábamos hablando con la voz arrastrada hasta que la doña confesó: - híjole, me siento un poquito borracha-, desde luego nos arrancó unas cuantas carcajadas que se desvanecieron cuando llegó la cuenta ¡Glup!. Como sea, ¡felices sesenta José Luis!, que se sepa que estoy muy orgulloso de mi padre. ¡un brindis por el señor Director!, ¡larga vida a la familia Urquieta!

Llegué a casa cansado y ligeramente tomado, pero aún era “el viernes”: El día que acumula el cansancio de la semana entera, día sagrado para los musulmanes, día esperado y venerado por los jóvenes por ser sinónimo de fiesta y destrampe. Sí, ese viernes en el que de manera indefectible siempre hay algo que hacer por la noche, fue casualmente el día en el que decidí quedarme en casa para leer un poco y ver el maravilloso documental francés de “la marche de l’empereur.” con imágenes de ensueño, brillantes descripciones y un Oscar de respaldo, no fue capaz de contener mi colapso, pronto sucumbí del cansancio y desperté por una llamada a mi celular dos horas más tarde. Era Jordy “el fiestero”, quien ya tenía un plan y sonaba muy tentador: –Hay un concierto de músicos venezolanos ¡venga!, ¡anímese compadre!-; y aunque estaba muy cansado, después de meditarlo unos segundos terminé por aceptar, tomé mi sombrero dublinés, un saquito, y avisé a mis padres sobre mi salida. Desde luego, mi padre me sentenció con su famoso: -Luis, pero mañana te toca hacer el patio, así que llegas temprano- (pequeña labor que al menos lleva dos horas), está bien, no hay problema, algo se debe de hacer para colaborar en casa.

Pasó Jordy en su épico Platina y estaba acompañado por Natalia y Catalina, dos chicas venezolanas que iban con mucha pila en contraste con Jordy y yo que nos sentíamos muy agotados. Llegamos al bar indicado en la Condesa y escuchamos músicas muy disfrutables; de repente alguien me llamó, era nada más y nada menos que Diana Zazueta, la hermana de Carlos Malacopa. Platiqué mucho con Diana sobre Brasil, la India, la política exterior y lo difamador que es su hermano (más vale hacer saber sus mañosas mentiras porque dice cada cosa…) Fue una noche tranquila, apacible y bella, llegué a mi casa temprano y caí muerto en la cama.

El sábado tenía una tentativa cita con una amiga que no veía desde hace cuatro años y medio, Abril Arevalo, quien fue mi novia cuando tenía 16 y que por casualidad, a través de nuestros hermanitos que estudian en la misma generación (sexto año de primaria), surgió la interesante idea de reunirnos a conversar. Todo fue un poco improvisado, le hablé por teléfono para concretar el encuentro por la noche, pero después de reacomodos por su disponibilidad, acordamos vernos en el ángel de la independencia a las 4:30pm. ¿Acaso hay un lugar más simbólico en la ciudad para hacer citas?. Llegó un poco tarde y fuimos a charlar a una terraza de la Zona Rosa. Tuvimos que hacer una gran síntesis de muchos hechos para actualizarnos sobre nuestras vidas, no cabe duda que fue un momento ameno, vaya que había mucho que decir.

Después nos dirigimos al centro histórico en pos del festival de Primavera. Desde nuestro arribo quedamos perplejos por la cantidad y variedad de eventos que acogió nuestra ciudad; vimos fácilmente seis o siete espectáculos con detenimiento, fuese en la Alameda, en la plaza Tolsá, en el Museo de economía, en el Zócalo, etc. Me habló al celular Malacopa y nos encontramos en medio de un animado carnaval boliviano, en el cual hubo un momento en el cual entré con Abril a una batucada y nos daba mucha risa lo arítmicos que somos los mexicanos. De repente, a lo lejos escuché que alguien cantaba –Poeira… Poeira, Levantou poeira-; no lo podía creer, un excelente concierto brasileño con las canciones de Ivete Sangalo que tanto me marcaron en aquella estancia de 2004-2005 en el país sudamericano. Pronto corrí con Abril y penetramos la muchedumbre con particular emoción. El grupo musical era estupendo y yo cantaba con ahínco casi todo su repertorio. Llegó el momento de éxtasis al escuchar abalou” y la famosísima chorando se foi”. Intenté bailar lambada con Abril pero el espacio era muy pequeño, así que me dediqué a saltar como un loco en éxtasis.

Terminó el concierto y me despedí de Malacopa y su compañía, caminé con Abril por toda Avenida Reforma, no sin antes escuchar un último concierto de cuerdas, sencillamente sensacional. Fue sumamente grata la presencia de Abril en aquella noche, la encaminé a su carro y quedamos en volver a salir próximamente. Al despedirme de ella, partí a otra fiesta venezolana con el compadre Jordy. Llegué a un departamento hippie, tomé unas cervezas, charlamos un poco sobre Chávez y la UNAM, y degustamos deliciosas arepas dulces. Fue un buen cierre para aquel día tan emotivo.
Domingo, conocido por muchos como el “dormingo.” Fue el día que finalmente me dije a mí mismo – Luis, ahora sí, todo el día lo vas a aprovechar para avanzar en tus deberes-. A medio día me habló Andrés Barrios emocionado para invitarme a ver una película mexicana en la Cineteca Nacional. Me negué sutilmente e insistió mucho contándome maravillas de la trama y el guionista. En fin, acabé aceptando y ya con un plan en puerta aproveché para invitar a Marianini (la novia de mi hermano). Barrios posee una cultura musical gigantesca y no tardó en presumir sus nuevas adquisiciones de música clásica oaxaqueña; escuchamos “Dios nunca muere” excelsa creación de Macedonio Alcalá, y después, una versión bellísima de “la llorona,” melodía que trae consigo innumerables recuerdos de la prepa.

Llegamos a la Cineteca, elegimos “El Gallo de Oro” y entramos con muchas expectativas. El filme resultó ser un folklorismo extremo de la mexicanidad, diálogos novelescos e inverosímiles, escenas graciosas y una trama vertiginosa que siempre nos tuvo atentos. No estuvo mal, aunque quizá me esperaba algo mejor después de tanto arguende que hizo Barrios.

Marianini se despidió y Barrios quiso asistir otro filme; yo pensaba volver temprano a casa pero su persuasión fue tal que nuevamente me dejé llevar, incluso me pagó la entrada con el fin de que nos quedaramos. El segundo filme fue “Desierto Adentro”, un excelente largometraje que toca el delicado pero interesantísimo tema de la Guerra Cristera (1926-1929); las actuaciones, el desenlace y la moraleja son inmejorables. Ampliamente recomendada.

1 comentario:

Aquiles Digo, antes Jordy dijo...

Muy bien compadre, buen recuento de su fin de semana. No puedo negar que me habría encantado estar en el festival, pero bueno, ya ve. No se puede todo en esta vida. Pero qué envidia, y pensar que yo me la pasé sufriendo por el trabajo todo el viernes, domingo y lunes. Por cierto, ¿el lunes sí fue al concierto de Santa Ana? Ah, y otra cosa: el fin de semana no podré estar con usted y Valerie, pues estaré con mi familia en Toluca. Qué lástima. Igual va un abrazo. Hoy quería pasar a saludarlo e invitarlo a una reunión que hubo en casa de una francesa que estudia RI en el Tec. Simpática la chica, bastante ameno el ambiente, tomando ron, hablando de América y Europa y bailando salsa.