Escribo desde los arrabales de Guadalajara, para ser más especifico, desde el barrio de San José Artesanos en el municipio de Tlaquepaque. Quizá ésta podría ser una noche normal y ahora estaría reflexionando sobre otras tantas cosas; Pero no, es navidad, quizá la celebración más arraigada dentro de nuestra decadente cultura occidental.
¿Qué es Navidad? Bueno, quien lee esto ya lo sabe y no entraré en obviedades ni controversias académicas. Lo único que diré es que, en su esencia, se trata de una celebración religiosa. No me molesta eso, finalmente las celebraciones perduran aunque se desdibujen en el imaginario colectivo el origen mítico de esta fiesta. En realidad, en mi caso, jamás se trató de una noche religiosa, quizá, por así decirlo, siempre la he visto como una cena pre-programada en el calendario decembrino que durante mi niñez siempre esperé con ansias, sólo por un motivo: La llegada de Santa Claus y sus regalos. Pero cuando crecí, inevitablemente, perdió su gracia. No podría decir que me la he pasado mal desde que el viejo de los regalos desapareció, pero tampoco enaltecería tanto una noche que efectivamente, es ser divertida, pero sólo eso, no deja de ser una cena y ya.
Pero hoy, desde los aposentos de dos chicas belgas que me albergan a una considerable distancia de mi Valle de Anáhuac, una sensación de carencia irrumpe mi ánimo exaltado de los últimos días. Veo que en casi todos mis conocidos navidad es un evento muy importante, realmente lo posicionan como “la noche familiar del año” y eso me descoloca mucho. Sí, muchos suelen decir (aunque ni sean cristianos) “Para mi familia es la fecha en que más nos unimos, en que más solidaridad sentimos, en la que es imperdonable faltar y bla bla…” Entonces inevitablemente pienso en mi familia y recuerdo los platillos que suele preparar mi madre, las imágenes de todos nosotros bailando, riéndonos, departiendo, y todo me genera cierta melancolía.
Pareciera que mi familia nunca se ha tomado tan en serio esta fecha. Lo cual no me aflige, por el contrario, creo que me gusta la idea de navegar contracorriente. Nunca hacemos ese absurdo y ultraconsumista reparto de regalos ni prendemos luces de bengala o vamos a misa. Ahora, ya ni árbol de Navidad ponemos (y mejor así, la verdad) Pero caray, aunque todo eso no diga mucho para mi, creo que debería de estar con allá con ellos, discutiendo con la niña, parloteando con el Bodo, abrazando a la Mamma y debatiendo sobre Peje con Giussepe. Los quiero y los extraño. Ya estaremos juntos en el año nuevo.
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