lunes, 28 de diciembre de 2009

Mochileo decembrino. Primera Parte

Hoy ya no tenía pensado escribir, pero después de leer un mail de mis nuevos amigos argentinos que conocí en Sayulita y ojaer su blog repleto de anécdotas chuscas sobre El Gran Viaje del Renato (nombre de su auto que va desde Buenos Aires hasta Chihuahua), surgió el deseo de escribir sobre mi propia mini aventura mochilera.

Asimismo, los argentinos hacían hincapié en la nostalgia reflejada en mis últimas dos entradas, hecho que, efectivamente, sacudió en las postrimerías de mi viaje por Guadalajara en ciertos instantes; sin embargo, aquel mochilazo, bien vale un relato jocoso por sus múltiples peripecias y aventuras suscitadas al visitar bellos lugares, conocer buena gente, pedir aventones y acampar furtivamente.

Lo sé, éstas crónicas viajares no son del interés general, pero me vale, lo hago sólo por el gusto personalísimo de escribir. Bueno, pues ahí les va…

Todo comenzó el 18 de diciembre, día que abandoné el Valle de Anáhuac en pos de la capital tapatía, Guadalajara. Llegué por la mañanita del día 19 y me dirigí a Tlaquepaque, municipio en el que vive Hanne, la amiga belga que me iba a recibir. Aunque sus instrucciones habían sido claras, la zona que habita era una incógnita incluso para los propios tapatíos. Y después de andar pregunte y pregunte, terminé por perderme por más de cuatro horas. Al menos conocí bien Tlaquepaque, eso sí, lo recorrí de punta a punta. Poco a poco, y ya desesperado, me fui aproximando a una región muy pobre, exageradamente polvosa y atiborrada de grafitis. Al fin había llegado al barrio periférico de San José Artesanos.

Después de un arduo caminar, llegué a la dirección señalada, por fortuna me encontré a la familia que hospeda a Hanne, quienes me reconocieron y me dieron alojo hasta que apareció Hanne unas horas después.

Hanne realiza junto a Dorín (otra chica belga) una especie de servicio social con niños de escasos recursos; prepara juegos, da clases de inglés, e intenta difundir el compañerismo entre ellos. Noble tarea, aunque diminuta ante la difícil realidad del barrio.

No perdimos el tiempo y fuimos a conocer propiamente Guadalajara, monstruo urbano que comienza a padecer las problemáticas del DF, pero que, sinceramente, aún sigue siendo muy pequeño en comparación al gigante de Anáhuac. Fuimos al centro, visitamos los lugares típicos, comimos tortas ahogadas y bebimos tejuino y tepache. Fue ameno, la ciudad tiene su encanto; pero lo mejor, fue habernos topado con El Fish, un amigo de Hanne que nos habló de las bellezas de Nayarit, sobretodo la laguna de Santa María del Oro situada en un cráter volcánico y las playas hermosas del Pacífico. Yo, sin hablar seriamente, les comenté a las belgas que se animaran a hacer un mochilazo conmigo y mi diminuta casa de campaña (herencia de Ana Caballero). Al comienzo titubearon, supuestamente tenían saturado su horario por el servicio social y les sería imposible lanzarse por varios días; entonces yo, de manera lúdica, comencé a insistir un poquito y a especular soluciones bobas y pretextos vanos para los niños que se quedarían sin juegos si ellas faltaran. Para mi sorpresa, las belgas aceptaron casi inmediatamente ir en pos de la aventura nayariteca, y rápidamente hicieron carteles para avisar a los niños que se tomarían unas micro vacaciones para hacer un viaje que se vislumbraba prometedor. Todo se planeó en caliente, y al día siguiente partimos a Tepic...


Hanne y su colonia, San José Artesanos en Tlaquepaque



Con las dos belgas en el Teatro Santos Degollado

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