Nostalgia por un paisaje que nunca vi
***Habíase una vez en el Valle de Anáhuac cinco grandes lagos que se unían ocasionalmente en época de lluvias y conformaban un bello espejo de agua coronado por la majestuosidad del volcán Popocatépetl e Iztaccihuátl. En las aguas de aquel vergel, existía un variado ecosistema conformado por garzas, peces, ajolotes (anfibios endémicos), gallaretas, etc. Con el tiempo, decenas de pueblos se asentaron en aquel valle lacustre, y poco a poco, el paisaje se fue modificando. Primero pequeñas y humildes balsas se internaron en sus aguas con el fin de pescar, y después, cuando las técnicas de producción agrícola avanzaron, se instalaron las primeras chinampas, un método típicamente mesoaméricano que implicaba crear pequeños y simétricos plantíos flotantes. De todas las poblaciones, la más notable fue la magna ciudad de Tenochtitlán, capital del imperio mexica (o azteca, para todos aquellos que se confunden), que se ubicaba en un islote en el corazón del lago de Texcoco. Esa impresionante urbe, pináculo de la civilización mesoamericana, devendría a partir de la invasión y conquista española en la actual Ciudad de México.
La nueva ciudad comenzó a crecer y aquel lago salobre, que representaba pocos beneficios y era más bien una amenaza por las inundaciones, fue objeto de obras hidráulicas para su desagüe parcial. Los ríos que lo nutrían el gran lago fueron cambiados de cauce; y así, con el arribo del siglo XX y métodos técnicos mucho más sofisticados, el agua restante se fue entubando hasta secar casi en su totalidad a un ya empobrecido lago. A la postre, el factor de crecimiento urbano fue determinante. Hoy, con toda franqueza, sería difícil creer que el centro de la capital mexicana estuvo rodeado alguna vez de agua, y más aún, imaginar que delegaciones como Benito Juárez, Iztacalco y Venustiano Carranza alguna vez no fueron tierra firme.
Sólo quedaron pequeños remanentes de aquel majestuoso lago de Texcoco en la zona oriental de la ciudad. Quizá los más notables rescoldos sean la laguna artificial “Nabor Carrillo”, de casi mil hectáreas, así como la laguna Zumpángo, gravísimamente contaminada por aguas residuales que prácticamente la hacen un foco de infecciones, y por último, lo que todavía hasta los años 70 siguió conociéndose como “Lago de Texcoco”, y que hoy, ignominiosamente, alberga al basurero más grande del mundo: El Bordo Poniente.
Conocer el Bordo Poniente
Decidí visitar por cuenta propia el único y sobresaturado basurero de mi ciudad, sitio de enormes proporciones que no aparece ubicado en ningún mapa turístico. Para decirlo de alguna manera, es una región sin nombre que simplemente no existe ante los ojos de la mayoría de los capitalinos (y quizá aunque supieran de su existencia, prferirían negarlo)
A través de Google Earth pude conocer su exacta ubicación e inmensa superficie y así, sin meditarlo demasiado, me dirigí al metro más cercano, pregunté a algunos vendedores ambulantes la manera de llegar, y ellos un poco extrañados, seguramente pregutándose -¿Y este wey qué chingados va ir a hacer allá?- me ubicaron y sugirieron tomar un camión rumbo a Chimalhuacán, que pasaba exactamente al lado del gran basurero.
Ya en el camión, no hubiera sido necesario alzar la mirada para saber que me encontraba cerca del Bordo; paulatinamente un olor hediondo se hizo constante. Una mujer que estaba a mi lado, a quien con anterioridad le había pedido que me orientara antes de llegar a mi exótico destino, asintió con su cabeza y me dijo: “ahí tienes el basurero”. Así que apresuré el pasó y bajé en una zona muy extraña, sucia, con muchas carrozas destartaladas y algunos caballos amarrados. Enfrente de mí había una gigantesca acera que ligeramente tapaba la vista, detrás se encontraba el enorme basurero.
Ingresé cautelosamente a aquella zona resguardada por algunos señores que al parecer cobran alguna cuota a cada camión que va a depositar su basura; literalmente me colé sin ser visto y me fui sumergiendo lentamente en un inframundo totalmente marginalizado. Caminé entre casas de cartón, lámina y esos tontos plásticos que se utilizan en las campañas electorales para inscribir frases insulsas. No veía más personas, hubieron como diez minutos que caminé sin ver a nadie, supongo que la gente estaría trabajando alejada de sus viviendas. Posteriormente salí a una especie de cancha de fútbol repleta de charcos hediondos, ahí sí habian algunas personas que me veían con rareza y desconfianza; yo, intentando mostrar seguridad, caminé sin miramientos hacia una dirección fija, lo que creía era, el corazón del Bordo.
Hasta ese momento las imágenes vistas me eran sumamente impactantes. Aunque portaba conmigo una cámara fotográfica me era difícil sacarla de mi mochila, no quería causar enfados a los pobladores ni mucho menos hacer una muestra de ostentación innecesaria. Sin embargo no desistí, busqué algunos sitios relativamente escondidos y con sensata cautela comencé a retratar los crudos e inimaginables cuadros de aquel sitio olvidado por el mundo. De repente, mientras retrataba a algunos niños descamisados entre la basura, escuché una voz ruda - ¿Qué haces aquí?-, me preguntó el chofer de un camión de basura. Yo, tratando de ser extremadamente simpático le di la mano y le dije que simplemente deseaba conocer lo que ahí existía. Al parecer mi actitud positiva me ayudó, y el chofer terminó por explicarme la disposición de la basura en el Bordo y las tres zonas que lo componen: La primera sección alberga desechos de construcción; la segunda, comprende siete tiraderos en los que se efectúa la pepena; y la tercera, contiene la basura inservible ya compactada. Después de aquella oportuna y suertuda orientación me dirigí a la zona de reciclaje para conocer de cerca la vida de los pepenadores.
Tomé un pequeño descanso en unas vías de ferrocarril abandonadas que se sitúan en los márgenes del basurero e imaginé con cierta tristeza que tan sólo treinta años atrás, algún pasajero al estar viajando por tren habría visto por su ventanilla aquel inmenso lago de Texcoco, ahora irreconocible. El sol caía a plomo, se vislumbraba un panorama repleto de desechos en descomposición, e incluso, si se fijaba la mirada, era posible ver cómo emanaba el gas metano que desdibujaba la nitidez del horizonte en ondulaciones caprichosas con dirección al cielo. La pestilencia no me era ya tan repulsiva, mi olfato comenzaba a adaptarse. Y mientras estaba ahí sentado en medio de mis reflexiones, desde una pequeñita chozita que estaba enfrente de mí, salió un hombre robusto de gran tamaño que se dirigió directamente hacia donde estaba sentado y, con un tono bravucón y pendenciero, comenzó a insultarme: -¿Qué te crees cabrón?, ya te vi que andas tomando fotos, aquí no puedes estar haciendo esas chingaderas.- Reaccioné lentamente, seguramente no pensé que la amenaza fuera directamente a mí, y cuando este sujeto se encontraba a sólo tres pasos para alcanzarme, una súbita reacción me hizo levantar como rayo y emprender la fuga , mientras aquel hombre gordo, ante la impotencia de atraparme, se conformó con gritarme, -¡pinche putooo!-. Fue mi momento de mayor exaltación. Mi último deseo era tener conflictos, y menos aún, pelearme; temí por mi integridad y sí, debo admitirlo, por mi cámara. Aunque ya lo sabía, me hice más conciente de que estaba en una tierra sin ley, era un intruso en territorio ajeno y era necesario medir el riesgo. A partir de ese momento mi discreción como fotógrafo se volvió religiosa.
Llegué a la segunda sección del Bordo, zona de tiraderos que alberga las miserables viviendas de los pepenadores. Conocí el primer tiradero e inmediatamente me encararon dos sujetos poco amigables que preguntaron de forma hostil el por qué estaba allí; entonces yo, tratando de no mostrar intimidación, respondí que tan solo hacía un trabajo acerca del reciclaje en México y que quería conocer de cerca su útil labor ambiental, me presenté como estudiante universitario, les invité un refresco y se obvió un benéfico cambio de actitud. Y así, con ese pequeño "soborno" conseguí internarme enorme mar de basura.
Antes de entrar a cada tiradero existe una especie de vecindad con cerca de cuarenta hogares, cada vivienda generalmente tiene un carruaje con un caballo, burro o mula que son utilizados para trasladar los desechos. Estos desafortunados animales pastan el pequeño "verdor" que crece entre la inmundicia, y son el más triste reflejo de la deplorable condición del sitio, sus cuerpos mal nutridos dejan entrever sus costillas salidas e infinidad de cicatrices. Podría hablar del maltrato que vi, pero prefiero no hacerlo para que el lector no se ponga a llorar.
Adentrarse en el basurero es desolador, la cantidad de desechos atiborrados es inmensa y, entre aquel mar ingente de putrefacción y moscas se encuentran cientos de seres humanos trabajando. Entre los pepenadores no hay distinción de edad, es fácil ver desde niños de cuatro o cinco años, hasta señoras ancianas que deambulan entre coloridas montañas de desperdicio humano. Lo visto ahí es difícil de describir, me faltó coraje o quizá, tuve excesiva prudencia para no retratar los rostros de aquella gente laborando en condiciones infrahumanas. ¿A quién podría culparse por esta cruda realidad?; ¿al gobierno?; ¿a la misma sociedad?; ¿a los propios pepenadores que se instalaron en un lugar inhóspito para vivir? Sinceramente no podría concretar un criterio claro sobre el origen de tal marginación. Sin embargo, la realidad es inocultable y, aunque para nosotros resulte complejo asimilarlo, los pepenadores han establecido una forma de vida familiar y social que prueba de manera inequívoca que el ser humano puede adaptarse a cualquier medio y sobrevivir.
Cifras del mayor basurero del mundo
El Bordo Poniente ocupa 472 hectáreas, de las cuales 320 son destinadas a la disposición final de residuos, es decir, desechos no reciclables que se compactan y quedan al aire libre en un proceso continuo de descomposición, la cual produce emisiones de gases de efecto invernadero equivalentes a la utilización diaria de 10 mil automóviles.
Diariamente ingresan a este basurero 600 camiones que depositan una cantidad equivalente a 12 mil toneladas de residuos, que corresponden a la producción de 1,5kg de basura por habitante en el Distrito Federal.
El basurero alberga aproximadamente a 3 mil personas que trabajan de la pepena. Existe la Asociación Civil, Frente Único de Pepenadores, que cuenta con 400 miembros.
Desde el 2004 el Bordo Poniente ha sobrepasado sus límites preestablecidos; sin embargo, ha resultado difícil encontrar un relleno suplente que pueda cubrir la cantidad de basura que genera la megalópolis.
El peligro de seguir vertiendo la basura de manera indiscriminada es enorme, según la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) el peso de la basura compactada ha provocado un hundimiento que va desde los 14 hasta los 21 metros, con el riesgo de que se rompa la geomembrana ( capa que se utiliza como protección ambiental en los rellenos sanitarios) si esto ocurre la contaminación de los mantos acuíferos del valle de México podría ser muy grave, debido a que los desechos orgánicos en descomposición producen un líquido nocivo llamado lixiviado, al liberarse pondría en riesgo la infraestructura hidráulica de la zona metropolitana y por ende, la salud de la población.
La llegada al Bordo Poniente, foto tomada con trípode
Niño descamisado con problemas infecciosos en la piel
Montaña de plásticos, en su esquina derecha reposan tres perros. Recomiendo que haga click en la imagen para verla en su tamaño original.
Caballos malnutridos se alimentan en unos de los tiraderos
Transporte de unos niños en el depósito de llantas
Nostalgia de un lugar que nunca vi. Las vías del tren que algun día bordearon al inexistente Lago de Texcoco
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*** Este artículo lo publiqué en la tercera edición de la ahora extinta revista electrónica Distintas Latitudes. Ahora, unos meses después, resurgió el interés por dar a conocer esta zona de catástrofe ambiental. Ya pronto, espero no más dos meses, intentaré compartir un video-documental que muestre la terrible realidad ambiental de nuestro Valle de Anáhuac, a veces tan cercana y a la vez tan distante.