domingo, 5 de septiembre de 2010

Sobre Waking Life 1

Hablar de cine implica introducirse a un universo de posibilidades: impactar visualmente a través de excelentes fotografías o efectos especiales llamativos; seducir con una narrativa ingeniosa; distribuir inteligentemente las escenas en una edición que permita éxtasis prolongados y; por último, sensibilizar al espectador con música u otros efectos de sonido que viertan mayor sentimentalismo a la proyección meramente visual.

A lo largo de mi vida ya he visto un sinnúmero de películas excelentes, cautivadoras, que cumplen a cabalidad las cuatro características ante descritas (aunque alguna de ellas puede llegar a ser prescindibles en un cine experimental y ser aún excelente). Dicho esto, siempre resultará difícil seleccionar algún filme como el mejor o favorito porque siempre habrán elementos que discutir, sin embargo, a pesar de ello, ya desde hace unos dos años he venido diciendo que mi película favorita es Waking Life (2001) de Richard Linklater, un filme que me dejó pensativo por varios días y ha influenciado en mi manera de ver el mundo.

Waking Life es, por así decirlo, una clase viva de filosofía. Se trata de un filme pensante que va construyendo diferentes interpretaciones del mundo desde perspectivas que nos arrojan a los grandes temas que han sacudido a la humanidad desde su origen.
Recientemente vi nuevamente el filme con buenos amigos, pero hablar sobre la película fue un problema debido a la variedad gigantesca de temas que se abordan; por ello, a manera de pasatiempo, cada día de aquí en adelante iré publicando un comentario sobre cada segmento de la película.

1. El viaje en el carro-lancha

Del protagonista nunca se sabrá su nombre ni su origen, sólo sabemos que es un “soñador”, alguien que tiene por destino soñar lúcidamente con personajes que van arrojándole ideas. Al comienzo, cuando el protagonista es niño, una de sus compañeras le muestra a través de un juego manual que su vida está destinada a soñar –idea que podría ser universal y aplicable a cualquier ser humano-.

Al comenzar “el sueño” –si podemos afirmar que en ese momento comienza-, el protagonista llega a una ciudad, a un lugar sin nombre. Al salir de estación de trenes, un conductor de un carro-bote se ofrece a darle aventón, pero el protagonista no sabe exactamente a donde ir; sin embargo accede a abordar la nave.

Ya en camino el conductor le explica que su lancha es “su ventana al mundo”, siempre con imágenes diferentes. Parece que el conductor va sin rumbo fijo, hecho que en ocasiones no le gusta aceptar y sin embargo lo hace porque dice estar consciente que al final siembre llegará a la misma corriente, porque según él, todo desembocará en el mismo lugar: creo que hay que ir en equilibrio con las cosas, si quieres ir con la corriente el mar no rechaza a ningún río, dice el lanchero. “El recorrido no requiere explicaciones, sólo pasajeros, ahí entran ustedes. Es como si entraras al mundo con una caja de crayolas, puedes tener ocho o dieciséis, pero todo depende de qué haces con las crayolas. Y no te preocupes por dibujar dentro de las líneas o fuera de ellas.

La idea me parece clara, aunque quizás existan otras interpretaciones. La vida es como esa lancha, sobre un río, el cual representa el trayecto de la vida. Ese río siempre encontrará un final, y ese final es el mar, metáfora de la muerte. La vida simplemente fluye como un río y no requiere explicaciones, sigue su curso. Los pasajeros hacen la diferencia, inciden en la manera de tomar la corriente. Surge ahí el tema de la casualidad, de la representación a través de la circunstancialidad, y dada esta, se da el siguiente paso: ¿cómo deseas colorear la vida con que tenemos al alcance?

Finalmente el lanchero deja al protagonista en un sitio elegido por otro pasajero. Precisamente es aquel personaje desconocido “el otro”, quien incide en la existencia del protagonista:

-¿Qué hay ahí?
-No lo sé, pero hay algo, y marcará el curso del resto de tu vida.